Y tú, ¿eres prescriptivista o descriptivista?

                                    Reseña de The Sense of Style de Steven Pinker, por Pablo Mugüerza y Gabriela Ortiz.

Preámbulo

Al autor que nos ocupa, Steven Pinker  (Montreal, 18 de septiembre de 1954), como a los autores de esta reseña, le encantan los manuales de estilo. Si Pinker tuviera que elegir uno, probablemente se quedaría con el superclásico The Elements of Style  de Strunk y White, y por eso abre el prólogo con el principal consejo (que hace el número 13 de un total de 18) que se da en ese libro: «Omit needless words» (omite las palabras innecesarias). Créenos si decimos que en las sucesivas revisiones de esta reseña nos ha guiado este empeño. Pero pocos criterios varían más de unas personas a otras que el de «innecesario» aplicado a una palabra.

Los autores de la reseña que estás leyendo somos traductores. Amamos las lenguas (MGO traduce del inglés y del alemán; PMP, del inglés) y pensamos que, cuanto mejor entendamos la lengua de partida (el inglés, en este caso), mejor traduciremos a la de destino (el español). Por eso ponemos nuestro afán en leer y leer en todas las lenguas en las que podemos. Sabido es que un buen traductor es, entre otras cosas, un lector ávido.

El libro objeto de esta reseña se puede comprar en Amazon desde septiembre de 2014. Para The Economist, nuestro libro es uno de los los 20 mejores que se publicaron en ese año en todo el mundo y de todos los temas. El 15 de agosto de ese mismo año su autor publicó un jugoso anticipo en The Guardian: “10 ‘grammar rules’ it’s OK to break sometimes” (diez normas gramaticales que está bien saltarse a veces), que es una especie de resumen del capítulo 6 del libro que nos ocupa y que, desde que se publicó, ha circulado en varias ocasiones por las redes con otros encabezados.

La propia redacción de este titular nos advierte de cierta característica de lo que vamos a leer: ese sometimes, ese «a veces» es, en nuestra opinión, una declaración de que las normas pueden cumplirse unas veces sí y otras no. Es una constatación de que a todos los que nos ocupamos del lenguaje nos llega el instante en el que hemos de optar por la norma o por el uso, por ser prescriptivistas o por ser descriptivistas. Volveremos a esto más adelante.

Después hubo al menos otras 27 reseñas en publicaciones importantes del mundo angloparlante (se adjunta un listado). En algunos casos da la impresión de que el autor no se ha leído el libro, sino solo el anticipo de The Guardian. Pero prácticamente todo son elogios a la obra del canadiense.

Conviene no demorar ni una frase más para dejarle claro al lector dos de los conceptos que dominan este ejemplar: el prescriptivismo y el descriptivismo. La norma y el uso, para entendernos. El eterno debate. Al manual de estilo que hemos mencionado nada más empezar y que tanto le gusta a nuestro autor, The Elements of Style, se le acusa de prescriptivista (y de anacrónico): demasiadas normas de obligado cumplimiento (¡y son solo 18!). Pero está claro que el descriptivismo precisa de cierto grado de prescriptivismo, y que cualquier descriptivista sano sabe que hay que poner algunos límites, por lo que el prescriptivismo amenaza en todo momento con su larga sombra.

The Sense está pensado para ayudar a escribir con estilo…en inglés. Reivindicamos que algunas facetas del estilo a la hora de escribir son comunes a todas las lenguas, o al menos algunas de las que conocemos nosotros. Por eso en esta reseña el lector encontrará solo aquellas recomendaciones de estilo de Pinker que, en nuestra opinión, son también válidas para el español. Pero cuando uno se sumerge en este diminuto universo termina por no poder escribir una sola palabra: fulano dice y mengano refuta, el propio zutano parece contradecirse a veces.

El libro, de 359 páginas, consta de 1) un prólogo, 2) 6 capítulos, 3) un apartado de agradecimientos, 4) un glosario, 5) un apartado de notas, 6) una bibliografía y 7) un índice.

A estos reseñadores les llamó mucho la atención el añadido del título: «The Thinking Person’s Guide to Writing in the 21st Century». Literalmente, «manual de estilo para personas que piensan, para el siglo XXI» (sin esa coma, serían «personas que se dedican a pensar en el siglo XXI»). Quizá este título limita un tanto el número de destinatarios de este texto. No somos muchos los que reflexionamos sobre cómo escribimos lo que escribimos. No somos mejores ni peores por hacerlo. Pero seremos cada vez menos en este siglo (en concreto, nosotros tenemos previsto morirnos antes de 2050, pero no podemos dar más pistas). Este reseña te interesará solo si eres de quienes piensan antes de escribir y mientras lo hacen. Vale, también te interesará si solo piensas después.
Capítulo 1: Good Writing (la buena redacción)

«La buena redacción comienza de manera poderosa». Así planta Pinker la bandera del primer capítulo del libro que intentamos reseñar, The Sense of Style.

No es posible dar una receta para redactar bien (¡ojalá lo fuera!). No obstante, Pinker intenta dar algunas pistas.

Un buen redactor es un lector ávido que, mientras lee, absorbe palabras, giros, construcciones, tópicos, trucos retóricos, y la sensibilidad de notar cómo estos encajan y cómo rechinan. Es lo que él denomina el «oído» del buen redactor.

Como una suerte de mapa rutero, Pinker nos va señalando el camino: el buen redactor evita los clichés; insiste en la novedad; prefiere imágenes concretas a resúmenes abstractos; presta atención al punto de vista del lector; siembra palabras y frases no habituales en el telón de sustantivos y verbos comunes; se vale de la sintaxis paralela; no olvida la sorpresa planificada; no abandona la métrica y el sonido que resuenan con el significado y el humor.

Tal vez para aplicar su propio consejo –y desdecir eso del cuchillo de palo– Pinker lanza una máxima inesperada en este contexto: un buen redactor no esconde la pasión y el regodeo que lo motivan a contar sobre el tema que domina. No escribe porque tiene algo importante para demostrar; escribe porque tiene algo importante para decir. He ahí la llave para un buen sentido del estilo.
Capítulo 2: A Window Onto the Word (una ventana que da al mundo)

Pinker se sabe bien su propia lección y abre el capítulo con una frase impactante («Escribir es antinatural») y con una cita, nada menos que de Darwin: «El hombre tiene una tendencia instintiva a hablar, como vemos en el balbuceo de los niños, pero los niños no tienden instintivamente a hornear, a preparar infusiones ni a escribir».

Los autores de esta reseña, respetuosos feministas que creen que la injusticia con respecto a las mujeres es diaria, absurda e intolerable, quieren loar aquí mismo que, para evitar cualquier indicio de sexismo (asunto del que volverá a ocuparse in extenso en el capítulo 6), en la página 28 Pinker decide asignar un género al lector y otro al autor. Lo echó a suertes y le salió masculino para el autor y femenino para el lector. En otros capítulos cambiará el sentido de la asignación.

En este capítulo se explica y se desarrolla la definición del estilo clásico (classic style) según Thomas y Turner, autores de un libro al que obviamente Pinker respeta mucho: Clear and simple as the truth, que aprovechamos para recomendar nosotros también («por sí sola, la exactitud se convierte en pedantería»). Según Pinker, el objetivo del estilo clásico es que parezca que las ideas del escritor estaban formadas íntegramente antes de que él las arropara con palabras. Exhorta al escritor a utilizar expresiones como «en otras palabras», que permiten mostrar una misma idea desde otro punto de vista. Repudia el uso de las comillas en el estilo clásico: «si no te sientes cómodo utilizando una expresión sin las comillas, mejor no la uses». Delimita la diferencia entre qualifiers e intensifiers. Recomienda «evitar los clichés como la peste» y abomina de las pasivas innecesarias.

El capítulo termina con un resumen de los hábitos de escritura que hacen pastosa la prosa:

el metadiscurso (la jerga sobre la jerga: subsection, review, discussion).

la señalización (una de las principales manifestaciones del metadiscurso: explico lo que voy a contar, lo cuento, explico lo que he contado).

la prevención, las disculpas, el narcisismo profesional, los clichés, las metáforas mixtas, los metaconceptos, los nombres zombis y las pasivas innecesarias.

Obsérvese el matiz: Pinker habla de evitar las pasivas innecesarias. ¿Hacía falta este consejo de moderación y sentido común? Muchas de las admoniciones que se hacen en el libro son solo eso, sentido común.
Capítulo 3: The Curse of Knowledge (la maldición del conocimiento)

En el capítulo 3, Pinker se pone sensacionalista. Sentencia de entrada que la principal causa de la prosa incomprensible es la dificultad para imaginar cómo se siente alguien que desconoce lo que uno sabe. A esto él lo denomina la «maldición del conocimiento» (the curse of knowledge), un concepto que toma prestado de la economía.

Con este argumento, Pinker echa por tierra dos mitos comunes en la comunidad académica: a) los pseudointelectuales gustan de la palabrería oscura para esconder que no tienen nada que decir; y b) a los académicos no les queda otra que escribir mal porque los cancerberos de las publicaciones científicas y de las editoriales universitarias insisten en el uso del lenguaje pomposo como una salvaguardia de la seriedad.

Pamplinas. La incapacidad de ponerse en el lugar del otro e imaginar cómo es no saber lo que uno sabe es propia del ser humano y es muy dúctil. Adopta varios vestidos: puede ser un signo de egocentrismo, tanto como lo es de sesgo retrospectivo (hindsight bias), falso consenso, transparencia ilusoria (illusory transparency) y de ceguera cognitiva (mindblindness).

Según Pinker, la maldición del conocimiento es el único motivo válido para que personas buenas redacten prosa deficiente. Para poder romper este hechizo, primero hace falta reconocer que uno está hechizado y el consejo tradicional –eso de recordar al lector subrepticio que nos acompaña cuando redactamos, cual esclavo con su memento mori– no alcanza.

Un redactor dispuesto a quebrar la maldición debe escapar de las trampas comunes que ella presenta. Abreviaturas, jerga y términos técnicos nunca faltan de cualquier lista de consejos para redactores. El giro que Pinker le da a este tema nos llama a la reflexión. Si el redactor no se sensibiliza ante ellos porque está convencido de que toda la humanidad pertenece a su club exclusivo, al menos que lo haga para multiplicar la cantidad de posibles lectores para su manuscrito. No es cuestión de ser magnánimo sino considerado. También es importante aceptar desde el vamos que habrá una cierta cantidad de lectores a los que aburriremos. C’est la vie!

Si el redactor hechizado no actúa con mala fe ni deliberadamente, ¿qué mecanismos inconscientes entran en juego?

Según Pinker y los postulados de la psicología cognitiva, uno de ellos es la fijación funcional (functional fixity or fixedness): a medida que nos familiarizamos con algo, pensamos más en términos de cómo lo usamos y menos en términos de cómo luce. El otro mecanismo es la aglomeración (chunking): como la memoria operativa de los seres humanos solo puede procesar unos pocos conceptos al mismo tiempo (antes se consideraba que 7, pero últimamente se determinó que son 3 o 4), la mente los aglomera en paquetes e, independientemente de la cantidad de información que cada uno de estos paquetes contenga, cada uno de ellos ocupa una ranura en el cerebro. Con el tiempo y el aprendizaje, estos paquetes a su vez se van a agrupando en paquetes cada vez más grandes.

Estos dos mecanismos combinados explican la proliferación de terminología idiosincrática, abstracciones, metaconceptos y nombres zombis que se observa en la literatura académica. No hay una conspiración de científicos para embaucar a la humanidad; simplemente piensan así.

¿Qué cómo se rompe esta maldición? No es posible hacerlo sin ayuda; necesitamos un revisor. Si la redacción es nuestra profesión, el revisor es imprescindible. También Pinker nos aconseja presentar el borrador a un grupo de lectores similar a nuestros destinatarios, y a nosotros mismos. El consejo de «dejar descansar» nuestro manuscrito antes de volverlo a leer vuelve a ser válido. De todos modos, la idea no es incorporar irreflexivamente todo lo que nos aconsejen los lectores, el revisor o nuestra propia autocrítica. El arte se domina cuando más que saber cuánto redactar, uno sabe cuánto revisar.
Capítulo 4: The web, the Tree and the String (la web, el árbol y la cuerda), o un poco de sensibilidad sintáctica nunca viene mal (a bit of syntactic awareness can help you out)

Cuando uno escribe, aunque sea bajo el influjo de la maldición del conocimiento, quiere que lo entiendan. Al menos eso se supone.

En este capítulo, Pinker explica cómo la gramática, y en particular la sintaxis, pueden ayudarnos a evitar confusiones, ambigüedades y embrollos varios.

Antes de que huyan los lectores que encuentran que la gramática es el epítome del aburrimiento, Pinker explica que todo ser alfabetizado usa las reglas de la gramática de su idioma desde los dos años de edad. La cuestión es pensar en la gramática conscientemente.

La gran ventaja de Pinker es que, como psicolingüista, nos puede explicar conceptos difíciles de roer de una manera digerible. Empieza por definir la gramática como una «aplicación» que permite que nuestra especie comparta conocimientos y pensamientos –y hacerlo con claridad, corrección y gracia.

La sintaxis es el código que traduce una red de relaciones conceptuales tejida en la mente a un orden de antes-después en la boca, y de izquierda-derecha en la página, si escribimos en inglés y en español. Así, un árbol de frases decanta en una red de pensamientos y, a su vez, en una cadena de palabras.

Como decíamos, la gran ventaja de la psicolingüística es explicar cómo la mente procesa el lenguaje. Muy elocuentemente y con gráficos Pinker explica cómo los árboles sintácticos son los que le otorgan al lenguaje su poder para comunicar los vínculos entre las ideas, en lugar de solo arrojarlas sobre el regazo del sufriente lector. Si uno carece de sensibilidad geométrico-sintáctica, en palabras de Pinker, padece de “ceguera arbórea” (tree blindness). Por ejemplo, esta grave deficiencia es responsable de la falta de concordancia entre el sujeto y el verbo (acaso uno de los puntos más trillados de cualquier manual de estilo clásico). Pinker no se queda en lo obvio sino que trata también otras formas más sutiles de esta afección.

Un buen redactor debe asegurarse de que el lector pueda recuperar todas las ramas del árbol. Para hacerlo, el lector deberá completar dos operaciones: encontrar las ramas correctas (parsing) y mantenerlas en la memoria el tiempo suficiente como para desentrañar el significado antes de que se fundan en la memoria a largo plazo. A medida que el lector recorre la oración, no solo enhebra cada palabra en un collar mental sino que también va reconstruyendo el árbol desde la raíz a las ramas.

Es esta doble demanda impuesta al lector la que justifica el mandamiento de «omitir las palabras innecesarias». «La brevedad es el alma de la inteligencia y de otras muchas virtudes de la escritura», dice Pinker. El quid de la cuestión es determinar qué palabras son innecesarias. La primera tentación es borrar cada palabra que suene redundante. Olvidemos todas las recetas para cocinar la oración más pulcra, más magra… y más insulsa. No es cuestión de longitud; es cuestión de geometría.

Pinker dedica varias páginas a esclarecer cómo las oraciones con una estructura volcada a la izquierda o central resultan difíciles de rearmar para el lector. Analiza ejemplos risueños para concluir que el problema radica en que el orden en que los pensamientos se le ocurren al escritor es distinto del orden en el que el lector los recupera. Estamos ante la manifestación sintáctica de la maldición del conocimiento. Como el redactor ve las relaciones entre las ideas en su cabeza, olvida que el lector debe reconstruirlas.

Un truco para comprobar si hemos escrito un galimatías es susurrar lo que acabamos de redactar. Técnicamente esto se conoce como subvocalización y ayuda también a detectar cacofonías y otros defectos involuntarios de la pluma.
Ya en la última porción de este extenso capítulo (63 páginas), Pinker presenta las falencias que atentan contra la capacidad de reconstruir la estructura del árbol. Estos casos de ambigüedad sintáctica son los que conducen al lector como por senderos de un jardín (garden paths) y los que pueden hacer que la lectura sea un proceso tedioso de marchas y contramarchas, en lugar de un deslizamiento relajado por un tobogán.

El tono positivo de este manual hace que Pinker una vez más destaque las buenas noticias: el tema de los senderos ha sido muy estudiado por la psicolingüística y hay varios métodos para sacar al lector de cualquier laberinto. El primero es la prosodia (y de ahí la necesidad de leer lo escrito en voz alta). Acude también al auxilio del lector perdido la puntuación. «Dominar las reglas básicas [de la puntuación] es un requisito no negociable para cualquiera que escriba», Pinker dixit.

Otras piedritas para guiar al lector fuera del jardín son las palabras que señalan la estructura sintáctica, las cadenas y sentidos frecuentes en cada idioma (es decir, sus patrones estadísticos), el paralelismo estructural y la ubicación de las frases en la proximidad de aquellas con las que se relacionan.

Por último, Pinker propone una serie de consejos para que el redactor controle el orden en el que el lector recuperará sus pensamientos:

        Dejar lo más pesado para el final, que es uno de los consejos más antiguos de la lingüística.
        Tratar primero lo que se sabe y luego la información nueva.
Para demostrar cómo funcionan estos trucos, Pinker nuevamente recurre a una abundancia de ejemplos. El objetivo es cultivar en el que escribe la consciencia de que la gramática lo auxilia para codificar su red de ideas en una cadena de palabras sostenida por un árbol de frases. Así disipa el temor y el tedio que a menudo se asocian con esta disciplina.
Capítulo 5: Arcs of Coherence (arcos de coherencia)

«No te apresures en alegrarte, querido lector», parece ser el metamensaje inicial del Capítulo 5.

Aunque todas las oraciones de un texto sean lúcidas, pulcras y con buena geometría, una sucesión de oraciones puede ser inarticulada, sin foco –en una palabra: incoherente.

Justamente a la coherencia le dedica Pinker este capítulo. Aquí es donde la estructura del árbol cobra especial importancia. Para el lector, cualquier oración que siga a otra guarda relación con la anterior. El consejo inicial es crear un boceto del texto para visualizar la jerarquía de los pensamientos y ordenarlos. El boceto también servirá para definir los cortes de párrafo. 2×1, nada mal.

Pinker retoma la idea del capítulo anterior y no escatima en comparaciones gráficas para que comprendamos su idea central: dentro de la cabeza del redactor, las conexiones entre sus ideas (los «arcos de coherencia», los llama) son claras. En el papel, pueden lucir como la maraña de cables que cuelga detrás de la mesa de la computadora.

La coherencia empieza porque el tema (topic) sea bien claro para el redactor y para el lector. Y que sea pronto. El tema debe enunciarse sin mayores demoras en el manuscrito para que el lector reconstruya el contexto y complete el fondo. Luego debe enunciarse la cuestión (point). Un redactor debe tener algo sobre qué hablar y algo que decir.

La experiencia en la revisión de artículos científicos le sirve a Pinker para detectar algunos de los vicios más comunes de la redacción académica, en cuanto a coherencia se refiere, como el narcisismo profesional que lleva a creer que el lector está interesado hasta en los más mínimos desvíos y callejones sin salida de una investigación antes de enunciar el tema, la «variación elegante», los «monologófobos» y los “sinonimomaníacos”.

Aunque parezcan catastróficos, estos dos males son menores para la coherencia. La coherencia bien entendida no es tanto un componente del lenguaje como un componente de la razón. Se trata de identificar cómo una idea puede llevar a la otra en nuestro tren de pensamiento, y de plasmarlo en el papel, claro.

Pinker se vale de la descripción de Hume en Investigación sobre el entendimiento humano de 1748. Según él, todas las ideas están conectadas por relaciones de semejanza (similitud, contraste, elaboración, ejemplificación, generalización y excepción), de contigüidad de tiempo y espacio, o de causa y efecto. A partir de estas relaciones, otros lingüistas han derivado múltiples subrelaciones. Pinker nos remite a capítulos anteriores para mostrar cómo la sintaxis paralela y el uso de ciertos conectores pueden ayudar a reconstruir estos arcos de coherencia montados sobre las relaciones descriptas por Hume. Y, fiel a su estilo, evita las recetas prescriptivas para determinar cuándo es necesario usar conectores para guiar al lector por el recorrido del pensamiento del redactor. Determinar cuánto de un tema conoce el lector es una cuestión inherentemente intuitiva, y es lo que distingue a un buen redactor. La única regla que enuncia es esta: «si dudas, conecta».

La coherencia es un aspecto demasiado importante como para agotarse en decisiones mecánicas y en la elección de los conectores adecuados. Depende de la proporción del texto. Depende de la sistematicidad temática. Depende –especialmente en inglés– del cuidado con el que el redactor haya planteado las negaciones.

Redactar un manuscrito coherente nada tiene que ver con hacer alarde de la propia erudición. Un texto coherente es una pieza de diseño. Como tal, no surge por accidente sino mediante el trazado de un plano, la atención al detalle y, sobre todo, gracias a un sentido de la armonía y del equilibrio.
Capítulo 6: Telling Right from Wrong (distinguir lo que está bien de lo que está mal)

El objetivo del capítulo 6 es permitir al lector que razone una forma personal de evitar los principales errores gramaticales, de elección de términos y de puntuación. Esto no es contradictorio con el mensaje del libro. Veamos por qué.

Dice Pinker que todo es falso en la historia que empieza por «Hubo un tiempo en el que la gente se preocupaba por escribir bien. Consultaban diccionarios redactados por descriptivistas (…), quienes decidían sobre el uso correcto de las palabras. Pero en la década de 1960 llegaron los descriptivistas, quienes abogaron por que cada uno escribiera como quisiera».

En inglés la norma la dictan, entre otros, el American Heritage Dictionary, el prescriptivismo en su más pura esencia. Preguntado el editor de este diccionario por cómo deciden él y sus compañeros sobre el contenido, señala «Prestamos atención a cómo la gente utiliza el idioma». El uso, por su parte, lo dicta el Webster’s Third New International Dictionary (1961), y ambos libros encuentran defensores y detractores por igual. La pescadilla: cuando alguien usa mal el idioma, todos nos damos cuenta.

Si nueve décimas partes de los hablantes de un idioma utilizan un término de forma incorrecta, eso quiere decir que la otra décima parte lo utiliza de forma correcta, y ambas deben estar en los diccionarios (la idea es una adaptación de una frase tomada de la crítica de la tercera edición del Webster que hizo Dwight Macdonald). Pero no hay guerra entre prescriptivistas y descriptivistas. No es verdad que si un gramático de un bando tiene razón el del otro no la tiene.

La clave está en darse cuenta de que las normas sobre el uso del lenguaje son convenciones tácitas: nadie decidió que piercing era correcto en inglés en la década de 1990; simplemente arrasó en el lenguaje y en las lóbulos, labios y otros apéndices de los usuarios (ya veremos qué pasa con «pirsin», que es la propuesta de nuestras autoridades y que no deja de evocar la corta y triste vida que tuvo aquello del «güisqui»).

En inglés, muchos son los que prohibieron y muchas las prohibiciones. Richard White prohibió standpoint y washtub; William Cullen Bryant prohibió commence, compete, lengthy y leniency; Strunk y White prohibieron to personalize, to contact y six people. Merece la pena conservar muchas reglas del prescriptivismo; pero no deben impedirnos respirar. Mientras dos descriptivistas discuten sobre si «automóvil» debió llegar a nuestro idioma como «autokinetikon» o incluso como «ipsomóvil», hace mucho que le llamamos «coche» o «auto». Este es un ejemplo entre cientos.

Según Pinker, las razones para obedecer determinadas reglas son: 1) dar motivos de confianza en que el escritor tiene antecedentes de haber leído el idioma en el que ha escrito y de que le ha dedicado toda su atención; 2) poner en práctica la coherencia gramatical; 3) ratificar determinada actitud hacia el lenguaje.

El capítulo termina con 29 ítems que se reparten en cuatro apartados: 1) gramática (20 ítems), 2) cantidad, calidad y grado (5 ítems), 3) dicción (1 ítem) y 4) puntuación (3 ítems). Pueden suscitar la curiosidad del lector angloparlante, en su caso, pero nos limitaremos a citarlos aquí. A este mismo lector angloparlante le interesará sobremanera el excelente glosario que cierra el volumen.

Terminemos con una cita del libro de Strunk:

It is an old observation that the best writers sometimes disregard the rules of rhetoric. When they do so, however, the reader will usually find in the sentence some compensating merit, attained at the cost of the violation. (Strunk y White, The Elements of Style).

«Se observa desde antiguo que, en ocasiones, los mejores escritores no tienen en cuenta las normas de la retórica. Pero cuando así actúan, por lo general el lector encontrará en la frase algún mérito que compense el precio pagado por la transgresión».

En otras palabras, si decides saltarte una norma lingüística, debes conocerla muy bien y compensar de ello al lector con algo en tu escritura que justifique la transgresión.
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Gabriela Ortiz se ha ocupado de los capítulos 1, 3, 4 y 5; Pablo Mugüerza se ha ocupado del preámbulo de esta reseña y de los capítulos 2 y 6, y de la guía de reseñas.

OTRAS RESEÑAS

  1. Nathan Heller en The New Yorker, 3 de noviembre de 2014: http://tinyurl.com/owfxvxk
  2. Charles McGrath en The New York Times, 17 de octubre de 2014: http://tinyurl.com/ozk82ak
  3. John Preston en The Telegraph, 16 de septiembre de 2014: http://tinyurl.com/ljrg25x
  4. Jonathon Owen en su bitácora, Arrant Pedantry: http://tinyurl.com/noyv76d
  5. Gareth Cook en Scientific American, 30 de septiembre de 2014: http://tinyurl.com/m84a8mg
  6. Stevie Davies en The Independent, 4 de septiembre de 2014: http://tinyurl.com/onmluvz
  7. Michael Skapinker en Non-Fiction, 22 de agosto de 2014: http://tinyurl.com/ovycbec
  8. Steven Pinker, nota de prensa de Harvard University:  http://tinyurl.com/qemyq6a
  9. Los mejores libros de 2014, según The Economist (en el apartado Science and Technology): http://tinyurl.com/lhczmjp
  10. Tom Chivers en TLS, 16 de enero de 2015: http://tinyurl.com/neph56f
  11. Michael D Lemonick en Time, 8 de octubre de 2014: http://tinyurl.com/qxuxqf8
  12. Robert Fulforf en National Post, 4 de octubre de 2014: http://tinyurl.com/nqxed7m
  13. AudioFile Magazine. Read by Arhur Morey: http://tinyurl.com/qy4wdch
  14. Christopeh Hart en The Sunday Times, 14 de septiembre de 2014 http://tinyurl.com/qjmrn4g
  15. Maria Popova en Brainpicking: http://bit.ly/1jJhGxW
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  18. Paula Byrne en The Times, 30 de agosto de 2014: http://tinyurl.com/qe38owu
  19. Sin autor en The Economist, 6 de septiembre de 2014: http://tinyurl.com/kjz98b5
  20. Oliver Kamm en The Times, 2 de septiembre de 2014: http://tinyurl.com/nzclu7q
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  24. Henry Hitchings en The Guardian, 3 de septiembre de 2014: http://tinyurl.com/ourjy9r
  25. Robin Straaijer en The Washington Post, 6 de noviembre de 2014: http://tinyurl.com/o26czte
  26. Aníbal Monasterio Astobiza en su bitácora Sapere Audire (en español), 25 de febrero de 2015: http://tinyurl.com/oxokvcq
  27. Compilación de extractos y reseñas de Harvard University: http://tinyurl.com/nfrwuoz

Entrevista al autor: Scott Porch en The Atlantic, 3 de diciembre de 2014: http://tinyurl.com/m6ada27

BIBLIOGRAFÍA

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