El terremoto del lenguaje
Cada vez que ocurre un terremoto, o cualquier otro acontecimiento que suponga gran agitación (física o social), una de las primeras víctimas es el lenguaje.
Miles de periodistas deben llenar horas y horas de televisión con sus comentarios sobre placas tectónicas, la escala de Richter (que es logarítmica, la jodía, cualquiera lo entiende), epicentros, maremotos y tsunamis, conceptos que a menudo no dominan y sobre los que llegan a decir auténticas barbaridades.
Si además, como en Japón, el asunto se complica con un accidente nuclear, dígales a estos jovencitos que distingan un sievert de un gray o de un culombio/kg, por entrar sólo en el Sistema Internacional de Unidades.
No olvidemos que en el caso de Fukushima las fuentes de la información están en japonés, idioma que algunos de nuestros muchachos NO dominan. Así que se enteran de todo leyendo traducciones al inglés, idioma éste que SÍ dominan todos a la perfección, menos mal.
Y luego nos lo cuentan en español. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
La verdad es que la solución parece fácil: antes de abrir la boquita, me pongo en contacto con alguien que sepa, y me informo un pelín, aunque sólo sea para no decir cosas que no son. Con internet está chupado.
Pero después de muchos años oyendo noticias sobre medicina sin que el locutor tuviera la más remota idea de lo que estaba diciendo, cualquiera les pide ahora a los periodistas que lean algo sobre terremotos.
Perdona que te corrija.